JUZGUE USTED

Por Franciso Castro Trenti

Las palabras pronunciadas en los discursos fueron muy significativas pero, sobretodo, ilustrativas.

El presidente Calderón, en el hangar presidencial, dijo entre otras cosas:

“Su muerte me causa un enorme pesar, pero al mismo tiempo es para mi un motivo poderoso para pelear sin descanso, y ahora más que nunca, por los ideales que compartimos.”

De inmediato, surgieron las preguntas: ¿Resultaban estas palabras compatibles con un accidente? No. ‘Pelear sin descanso’, dijo; ¿por qué? ¿contra quién?. Era notorio el coraje del Presidente, pero, si era un accidente, ¿por qué el coraje?. Se justificaba el dolor, sí, pero no el coraje.

En ese discurso dijo también: “Instruyo a mi equipo de trabajo a redoblar esfuerzos, a trabajar unidos y sin doblegarnos…pido a todos los mexicanos que ningún acontecimiento, por doloroso o difícil que sea, como por supuesto es éste, nos haga desfallecer en nuestro anhelo de tener un México mejor”. Llamaba la atención, también, que pidiera -además de seguir peleando- ‘no doblegarnos’ y ‘no desfallecer’. Términos todos que, en su conjunto, no resultaban compatibles con la caída accidental de la aeronave.

Tampoco fueron compatibles con un accidente los discursos pronunciados en los siguientes días. En la sede del PAN, el nueve de noviembre, tres días después de la caída, el Presidente insistió: “…en memoria de él, decidamos a seguir luchando contra los enemigos de México con la convicción y determinación con la que él lo hizo, con más fuerza aún”. Surgía de forma natural -otra vez-, la pregunta obligada: ¿por qué, si se trataba de un accidente -era el sentido que ya, oficialmente, se daba al desplome del Learjet 45-, había que ‘seguir luchando contra enemigos’? ¿A que enemigos se refería?

En ese mismo discurso, el presidente Calderón agradeció públicamente a don Carlos Mouriño, padre del fallecido Secretario de Gobernación, la carta que escribió y que ese día apareció publicada en diversos medios nacionales. Refiriéndose a ésta, dijo: “Le agradezco la carta que nos ha escrito. Nos alienta y, yo diría, nos exige a seguir más fuerte y no detenernos…”…

Esa carta despejaba dudas, pero sembraba otras; en su parte medular -y más sentida-, decía a su fallecido hijo: “Iván, tu accidente no puede cambiar el curso de las cosas. Nos tiene que quedar claro, que la lucha tuya y de las autoridades tiene que continuar con tanta o más fuerza que hasta ahora. Convencidos de que los vamos a derrotar, que hay un ejército ciudadano detrás de todos nosotros, del Presidente, de las Cámaras, de los partidos, de las instituciones, que nos empuja con fuerza.”

Era comprensible, indudablemente, el dolor del padre; pero ninguna de sus palabras era compatible con un accidente. Y continuaba:

“Sabemos que en la dificultad está el empuje de miles de ciudadanos que han dicho basta. Que cada vez somos más, y más decididos. Que los vamos a acorralar, a empujar al precipicio y que, con su derrota podamos sonreir y decirle a todos los que lucharon por los mismos ideales, MISIÓN CUMPLIDA. Podéis descansar en paz.”

No dejaba duda de que había, un rival, y un motivo.

Veamos; llamó a seguir luchando, pero, ¿por qué habría que dejarse de hacer?. Además, ¿a qué se le había dicho basta? ¿a quiénes acorralar y empujar al precipicio? ¿a quiénes derrotar?.

Más allá del legítimo dolor de padre, y de la veracidad de sus palabras por la muerte de su hijo, surgían indicadores del origen de la caída del avión.

El propio presidente del PAN, ese mismo seis de noviembre de dos mil ocho, dijo en su discurso luctuoso: “Nunca te dobló el miedo ni el temor…por eso te prometo, que sin flaquezas ni desmayos, sin miedo y sin cavilaciones, los panistas estaremos como tú, al lado del presidente Calderón… Pero también, por tu memoria Juan Camilo, por tu memoria de audacia y alegría, no vamos a permitir que el narcotráfico y la droga llegue a nuestros niños….por tu memoria limpia y valiente, el PAN no va a pactar con delincuentes.”

Y surgían, de nuevo, las preguntas: si la caída fue accidental, ¿por qué relacionar el tema de narcotráfico y la droga? ¿a qué venía decir que no se pactaría con delincuentes? ¿Era, acaso, una respuesta entre líneas?.

Así pues, el sólo análisis de las palabras no dejaban lugar a ninguna duda de que la muerte del Secretario de Gobernación no había sido, precisamente, accidental. Por eso, había que estar muy pendiente del flujo de información que desde el día siguiente de la caída de la aeronave, comenzó a hacerse pública por el gobierno federal, porque si bien la interpretación de las palabras podrían prestarse a especulación por valoraciones diversas -según el cristal con que se quisieren ver-, los elementos técnicos -indicios, evidencias, inspecciones, etc.-habrían de marcar la ruta de la investigación y las causas del desplome, aunado, claro está, a los testimonios urbanos conducentes. Todo ello era lo que había que descubrir, escudriñar, concatenar y concluir.

En efecto; el mismo día cinco de noviembre -al día siguiente de la caída-el titular de SCT comenzó a referirse al suceso como ‘accidente’, manifestando también con especial énfasis, que no se habían detectado indicios que permitieran formular hipótesis diferentes a las de un accidente. Era innecesariamente reiterativo en ello y, por lo tanto, causaba extrañeza. Por esa insistencia, no había que perder detalle tampoco.

La tarde del cinco de noviembre fueron mostradas las imágenes de radar del Centro de Control de Tránsito Aéreo de la ciudad de México, donde aparecía el Learjet 45 XC-VMC en su aproximación al aeropuerto para aterrizar, así como las aeronaves que iban enfrente, y detrás. Llamó demasiado la atención ver la pantalla de radar con una importante cantidad de aeronaves en el espacio aéreo, en movimiento; entender, a la vez, la información y símbolos que aparecían, era complicado. Pero había que reconocer que la apertura informativa era formidable, atendiendo la instrucción presidencial.

Sin embargo, un primer dato llamó la atención: el Learjet 45, que en la pantalla del radar debía identificarse como LJ45, aparecía como LJ25, equivalente a un Learjet 25, de menor capacidad, peso y tamaño. Sin pregunta de por medio, el secretario Téllez dijo “se identifica como LJ25, porque la computadora no reconoce la identificación LJ45, pero el controlador aéreo conocía que se trataba de una aeronave mayor, precisamente un Learjet 45.”

La ligereza del comentario fue pasmosa; sobretodo, porque la diferencia -LJ25 y LJ45- entre tamaño, peso, capacidad, velocidad, etcétera, son determinantes para regulaciones aeronáuticas.

Continuará.

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